domingo, 2 de noviembre de 2014

La princesa Kristina




Le dijeron que viviría en la ciudad de Sevilla, la más luminosa y plácida del mundo (no le hablaron del calor), le dijeron que pasaría susurrantes días en un palacio árabe, con jardines llenos de animales alados y unicornios, con árboles cuyos frutos daban esmeraldas y rubíes, acompañada del sonido tenue del agua corriendo por las fuentes de mármol y mecida por noches estrelladas de diamantes. Embarcó en Tönsberg con destino a Valladolid para casarse con el infante Don  Felipe, hermano de Alfonso X el Sabio. Siete meses de viaje en los que la princesa noruega paseó su melena rubia por la costa inglesa, la Normandía francesa y los condados catalanes. Por donde pasaba, reyes y príncipes le pedían en matrimonio anonadados por su belleza escandinava, pero en la Edad Media, las chicas no tomaban decisiones y menos las princesas. El primer año lo pasó buscando la sombra. El segundo, las piedras preciosas; solo encontró higueras cargadas de brevas y naranjos. Al tercero, llegó a la conclusión de que los unicornios no eran más que borricos desaliñados y al cuarto año de su llegada, se embarcó clandestina en una galera y Guadalquivir arriba,  llegó a mar abierto, en donde buscó hasta el fin de sus días, las noches estrelladas de diamantes.

miércoles, 6 de agosto de 2014

NADA



                                                                        NADA


         El hombre buzo se colocó la escafandra y se sumergió decidido a no regresar a la superficie nunca más. Solo la promesa de amor de la mujer buzo le hizo tornar al mundo terrenal, pero aun así, ni el día de su boda consintió en quitarse el traje. Sellaron la ceremonia con un choque metálico de sus cabezas en lo que pareció ser un beso de amor. Con sus zapatos de plomo y su traje impermeable, se dirigía todas las  mañanas a su nuevo trabajo, arrastrando los más de cien kilos que llevaba encima. En la lonja hacía de contrapeso en la balanza, a la vez que de atracción turística, y al terminar la jornada laboral no era difícil verlo en el puerto, mirando el mar que quedaba a sus pies. Una tarde no regresó a casa y cuando consiguieron izarlo a la superficie y quitarle por fin la escafandra, observaron que allí no había nada, excepto unas algas, agua de mar y un suspiro de alivio.

domingo, 13 de abril de 2014


TITANIC

         El capitán Edward Smith puede ver como la proa ya ha desaparecido en las aguas heladas del Pacífico y recuerda cuando empujado por los efectos de una copa de más de oporto, vociferó que ese barco no lo hundía ni Dios. Ha dado orden de que dos calderas sigan funcionando a pleno rendimiento para que el barco no se quede a oscuras y los afortunados que están en los botes salvavidas puedan disfrutar del espectáculo. Se siente pesado y su cuerpo de gordinflón le recuerda que los diez platos de la cena de primera clase han sido un exceso. Pero no tiene miedo; cada una de las viandas engullidas incluía una copa de vino. Mira a su derecha y allí está Dios que le llama bocazas. Smith se fija en su barba y concluye que la suya luce más blanca.

         

sábado, 8 de febrero de 2014

GLÍGLICO

De regreso a casa, Chihiro y yo nos metemos en la cama. En un  momento dado ella se tordula los hurgalios. Yo aproximo suavemente mis orfelunios y nos dejamos llevar por la jadehollante embocapluvia del orgumio. Mientras Chihiro y yo practicamos el capítulo 68, Totoro y Literato corretean por la casa. Tengo mis dudas, pero yo creo que este gato es de color azul. Se escapan. Totoro, convertido en gatobús pasea a Literato, el perro, por la ciudad. Salimos a buscarlos y los encontramos en la sesión golfa de la Filmoteca. Vemos una película de Hayao Miyazaki; “Mi vecino Totoro”. Versión original subtitulada al castellano. Empiezo a entender un montón de cosas. El gatobús y todo eso. No podemos terminar de verla. El acomodador nos enfoca con su estúpida linterna y nos echan de la sala: no está permitida la entrada de personas a esta proyección.                    


domingo, 2 de febrero de 2014

NAUPACTO O LA BATALLA DE LEPANTO



Estoy cansado de los gritos de los turcos, del fuego y del humo. De los encuentros sangrientos entre galeras, de los golpes de artillería, de las picas, de las armas enastadas, de las espadas, de la espesa nube de saeta. Renuncio a la Liga Santa y exijo que me paguen con creces la pérdida de movilidad de mi mano izquierda. Hasta aquí he llegado y es el momento de cambiar el rumbo de mi vida; empezaré por imaginar molinos de viento.


sábado, 25 de enero de 2014

PAPÁ QUIERE SER PRINCESA

A Álgora.


El espejo le devuelve el rostro afeitado. El contorno blanquecino que queda donde antes había barba, se disimula con  maquillaje. Papá elimina pelo de sus cejas y las perfila con un lápiz negro. Se aplica en resaltar sus pómulos, en hacer grandes sus pestañas con otras, infinitas, y las hace moverse coqueto para ver el resultado.  Da profundidad a su mirada creando contrastes entre las sombras claras y oscuras. Utiliza marrones, grises y un verde oscuro que remata con un toque plata en el lagrimal. Consigue unos labios rojos que invitan a besar y corona su cabeza con una  peluca  de corte moderno y reflejos caoba. La camisa es de seda, de manera que cae voluptuosa sobre los pechos de látex, de tamaño apetecible. Dan ganas de tocarle las tetas. Uñas postizas de porcelana: divinas. Hombreras, plataformas, leggins,  y un buen copazo de Gordon´s. Busca en el armario y elige un bolso a juego, de imitación, aunque nadie lo diría. Ya está preparada, pero papá no es mujer de una única copa. Solo aprecio un problema a su nuevo trabajo: demasiada ginebra. 

sábado, 18 de enero de 2014

FENÓMENOS EXTRAÑOS.

La cara es el espejo del pene. Así disertaba el doctor Sanchís ante su auditorio.
 Participaba en un ciclo de conferencias sobre ciencias ocultas. El público se alborotaba a ratos; pero al doctor le precedía buena fama de experto en parasicología y quiromancia, así que se podía permitir cualquier salida de tono, ya que por lo general eran aceptadas, igual que los acólitos asumen las indicaciones del líder sin hacerse muchas preguntas. Pero la fama por sí sola no paga las facturas. Y las conferencias tampoco. Había que completar sueldo con lo que saliera. Una de esas oportunidades se presentó al acabar la charla. Se acercó a él cogiéndole por la manga de la chaqueta. Observó que la mano que lo sujetaba, era poseedora de uno de los anillos de brillantes más robustos que había visto nunca, así que no dudó en buscar la mirada de quien requería su atención:
-Señora, en relación con los dedos, la palma de la mano es el mundo material.
Mar le dijo que se dejase de chorradas. Tenía que ayudarla con Luisa, su hija. Le propuso un trabajo. El doctor Sanchís lo aceptó. Necesitaba el dinero.
Aquella misma tarde recibió la llamada de Luisa pidiéndole consulta en su gabinete privado:
-Normalmente doy las citas para tres meses -mentira cochina-; pero casualmente mañana tengo un hueco inesperado. Un terrible accidente.
-Doctor: necesito verle cuanto antes. Me caso; quiero estar segura de que no me equivoco.
            Luisa apareció puntual por el despacho. Era chica de pamela, de hipódromo y de disfrute de la madurez del rancio abolengo. Miró con atención los títulos de quiromancia, cartomancia, parapsicologías varias y doctorandos en ciencias ocultas por las distintas universidades  tan opacas como los títulos que decían ofertar,  y decidió ir a un bar a tomar un güisqui.
-Ahora nos vamos a un bar, a tomarnos un algo.
-Luisa ¿puedo tutearle? ¿sí? Luisa: no sé si esto nos va a alejar de nuestro propósito. No suelo leer las manos,  ni echar cartas en un bar.
-Qué nos va a alejar. Déjate llevar, hombre.
Y nos dejamos llevar. Y perdimos nuestro propósito. Y nos hicimos una ruta por los bares probándolos todos -los güisquis-, que parecía que estábamos de fin de semana en Escocia y acabamos acostándonos, los dos, juntos, en su piso de soltera.
Recibí la llamada de Mar interesándose por los resultados de mis predicciones respecto a la boda. Las explicaciones no fueron todo lo satisfactorias que me propuse, así que la conversación acabó con una amenaza de denuncia por fraude si no terminaba el trabajo. Estuve a punto de decirle que no lo haría, que me había enamorado, que quería a su hija y que sería yo el que se casaría con ella. Pero Mar colgó el teléfono mucho antes de que yo hubiese conseguido un mínimo  de valor para decir todo aquello.
Las siguientes citas con Luisa se sucedieron continuas hasta el  día del enlace. Yo tenía que decirle -en eso consistía el encargo de su madre- mediante las artes adivinatorias y del más  allá, que su novio era un crápula, una mala persona y un muerto de hambre que la iba  a dejar viuda antes de darle un hijo y lo que es peor; sin un euro:
-Luisa: estoy enamorado.
Y Luisa me hablaba de los griegos, del trirreme, del Renacimiento. Y cuando comenzaba a hablarme de Dios yo me lanzaba a devorar su cuerpo y se ponía encima de mí, susurrándome que era ella la que me poseía, y no al revés. Y aprovechaba para recitar - mientras cabalgaba- versos del poeta granadino:
Si el azul es un ensueño
¿qué será de la inocencia?

Mar, por su parte, me llamaba a todas horas, escupiéndome por  el auricular, y yo le decía que estaba copulando con su hija, allí mismo, que en ese momento la tenía encima así, sin más. Y Luisa cogía el teléfono y le decía a su madre que estaba ocupada, que dejase de molestar, que iba a correrse. Un despropósito. Un delicioso disparate con sabor a mil sabores, todos a la vez y de todos los colores y de todos los sonidos bien sonantes.

¿Y si el amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
si el crepúsculo nos hunde…


El día del enlace Luisa solo tuvo ojos para su maridito. No me dirigió una mirada, una sonrisa cómplice, un atisbo de esperanza. En la iglesia, de santos de postín y de obispo celebrante, solo se escuchaban las bienaventuranzas a los novios, y yo me sentí más solo que cuando en una ocasión  se olvidaron, siendo un niño, de recogerme a la salida del colegio. Cuando pasaron el cepillo transformé en billetes de cincuenta los pañuelos de las señoras lloronas. Pero nada: la novia ni se inmutó. Al acercarme a ella para felicitarla le susurré palabras de amor, y de su velo de seda hice aparecer mil mariposas de colores, aunque no fueron suficientes para ablandar su corazón. Las palomas blancas, inmaculadas, que volaron a la salida de los novios, las puse yo sacándolas de mi chistera. Transformé la calabaza en carruaje; el arroz en pétalos de rosas; y la tarta se cortó con un sable saladino que previamente regurgité  de mi estómago. Todo fue inútil y abandoné la fiesta convencido de que había hecho lo posible por recuperar los favores de Luisa. De regreso a casa, malhumorado y hundido lo vi  claro: decidí matricularme en un curso de velas negras, mal de ojo y vudú haitiano que anunciaba un cartel cochambroso pegado a una farola.

domingo, 12 de enero de 2014

DER FLIEGENDE HOLLÄNDER

           


         Doblar el Cabo de Buena Esperanza durante una tormenta y empezar a blasfemar le ha salido muy caro a nuestro capitán. Dice el grumete que lo acompaña a lo largo de siglos y siglos de fantasmal navegación, que la solución es un amor que lo redima. El asunto está difícil; a los entes se les da regular el intercambio de fluidos,  se desparraman y queda todo hecho un asco. El grumete pide un amor a gritos para su capitán holandés; últimamente nota que lo mira con ojos picarones.


         

sábado, 4 de enero de 2014

EL HOMBRE DEL SACO

           
         


No pudo con aquel niño que tantas veces se había portado mal. No hubo forma monstruosa de meterlo dentro: fue despedido allí mismo. El chiquillo, por su parte, cogió las llaves del coche, el Iphone, algunos euros de la pensión de la abuela y decidió seguir disfrutando de su infancia.