domingo, 13 de abril de 2014


TITANIC

         El capitán Edward Smith puede ver como la proa ya ha desaparecido en las aguas heladas del Pacífico y recuerda cuando empujado por los efectos de una copa de más de oporto, vociferó que ese barco no lo hundía ni Dios. Ha dado orden de que dos calderas sigan funcionando a pleno rendimiento para que el barco no se quede a oscuras y los afortunados que están en los botes salvavidas puedan disfrutar del espectáculo. Se siente pesado y su cuerpo de gordinflón le recuerda que los diez platos de la cena de primera clase han sido un exceso. Pero no tiene miedo; cada una de las viandas engullidas incluía una copa de vino. Mira a su derecha y allí está Dios que le llama bocazas. Smith se fija en su barba y concluye que la suya luce más blanca.

         

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