TITANIC
El capitán Edward Smith puede ver como la proa ya ha desaparecido
en las aguas heladas del Pacífico y recuerda cuando empujado por los efectos de
una copa de más de oporto, vociferó que ese barco no lo hundía ni Dios. Ha dado
orden de que dos calderas sigan funcionando a pleno rendimiento para que el
barco no se quede a oscuras y los afortunados que están en los botes salvavidas
puedan disfrutar del espectáculo. Se siente pesado y su cuerpo de gordinflón le
recuerda que los diez platos de la cena de primera clase han sido un exceso.
Pero no tiene miedo; cada una de las viandas engullidas incluía una copa de
vino. Mira a su derecha y allí está Dios que le llama bocazas. Smith se fija en
su barba y concluye que la suya luce más blanca.
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