sábado, 5 de octubre de 2013

LA COLECCIÓN

Me gustan los paños de cocina. Tengo paños de cocina por toda la casa. En una ocasión estaba con un ligue y buscando los preservativos, aparecieron montones de paños de cocina repartidos por los cajones. Por cierto, me quedé sin sexo. Pero esa es otra historia. Los compro en IKEA (los condones en la farmacia, graciosos) y los voy usando en la cocina. Cuando pierden el blanco que traen de fábrica los tiro y cojo uno nuevo. Pienso en las manos que los han manipulado, en las familias que tal vez vivan de tejer estos trozos de tela con rayas azules unos, o con rojas otros. Pienso que tal vez haya miles de ellos enterrados bajo las ruinas de un edificio derrumbado en Bangladesh. Pienso en manos inertes asidas a esos trapos. Pienso en toneladas de cemento, hierro y acero. Decido que voy a lanzar mis trapos de cocina al mar. En vez de flores, trapos. Después me acercaré a mi almacén favorito y les obsequiaré con un par de condones molotov. Qué menos.