Navego por un mar de letras.
Al lanzar por la borda la perífrasis me quedo sin predicado. Esto enfurece a
los asuntos marítimos y se me vienen encima una aliteración, un calambur, una
onomatopeya y hasta una paronomasia. Sigo achicando con la agilidad que me
permiten mis músculos de marinero de tinta y papel, pero es inútil. Somos
engullidos por el retruécano y la hipérbaton. Al final, el quiasmo. Vosotros,
lectores, sois los marineros embaucados por este capitán; sed pacientes
conmigo, y cuando lleguemos a puerto os pido clemencia. Los más mareados podéis
ir a casa mascullando vuestras nauseas y los más convencidos, -por piedad-,
decidle a los demás, que suban al barco, que el viaje no está tan mal, que el
capitán no es tan malo…
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