LA DIETA
- ¿Dónde vas tan
temprano?- Lucía me mira incrédula. Me ha sorprendido con un pie fuera de la
cama y en actitud sigilosa.
- Hoy es domingo- le digo entre susurros.
Lucía se da
media vuelta mostrándome parte de una espalda bien formada y apetecible.
Siempre me gustó la espalda de Lucía. Cuando nos conocimos pasaba largas horas
masajeándola y dándole mordisquitos. Ahora, después de una eternidad juntos ya
sólo la mordisqueo de vez en cuando.
- Por eso lo digo, pesado- Me dice Lucía somnolienta.
Yo siento ganas de tumbarme de nuevo a su lado pero descarto
la idea porque hoy es domingo. Salgo de la habitación cerrando la puerta tras
de mí con cuidado. Al pasar por el salón veo a Tula, la perra, que ni si quiera
se mueve para saludarme, y no me sienta muy bien porque siempre he pensado que
si tienes un perro que no te saluda, ¿Para qué tienes perro?. De todas formas,
ahora lo más importante es llegar al aseo. Enciendo la luz y efectivamente,
allí estoy. Despeinado, ojeroso, con barba de dos días y sobre todo gordo:
hinchado, relleno, sobresaliente por exceso. Por eso pienso que he elegido un
buen día para empezar. El cocido de ayer en casa de la suegra fue una bomba
grasienta que noto clavada en uno de mis michelines. Por la tarde los amigos y
el fútbol se encargaron de seguir cebándome a base de cerveza y pizza. Así que
hasta aquí he llegado. Hoy: choque de la piña.
En la cocina aprieto el botón de la cafetera y me dedico a
abrir armarios buscando los alimentos necesarios que van a devolver a mi cuerpo
a un estado decente. Por lo pronto un poco de pan de molde integral con una
loncha de pavo y el café será suficiente. Lucía aparece hipnotizada al olor y casi sin percatarse de que estoy allí, se
comporta como Tula y no me saluda. Se prepara un buen desayuno y agarra una
bolsa de magdalenas con la seguridad que dan las acciones que se hacen sin
remordimientos de ningún tipo.
- Hoy vamos a casa de mi hermana- Me dice.
Yo noto que
saltan las alarmas y me siento frente a ella, en esa mesa tan cuca que tenemos
en la cocina, pero que es demasiado grande para tan poco espacio.
- Esto no estaba en los planes del fin de semana- Le digo.
- Ah, ¿No?- Contesta ella. - Creía que te lo había dicho…
bueno pues ya lo sabes-.
Me dice todo esto sin levantar la cabeza de su café con
leche, ya que la segunda magdalena está a punto de romperse y salpicarlo todo.
Observo sus maniobras culinarias y siento que mis tripas se retuercen cuando
engullo de un bocado mi lonchita de pavo cero por ciento en grasa. Pienso que
va a ser un domingo muy duro pero no voy a dejar que una simple dieta pueda
conmigo, así que sigo en mi línea.
- Tu hermana y tu cuñado no comen como las personas…Lucía,
cada vez que vamos por allí me da la sensación de que quieren atiborrarnos.
Como si tuviésemos cara de hambre o yo que sé…
- Pues qué quieres- me interrumpe. –Es domingo- Dice
mientras sigue tragando.
Nos quedamos los dos en silencio. Lucía lo rompe: -¿Sabes?-
Me dice. – Mañana me pongo a dieta-.
Yo la miro emocionado: - ¡Y yo contigo! -´Casi le grito.
Se hace otra pausa que esta vez interrumpo yo: - Cariño, por
cierto, si eres tan amable, ¿Me pasas una magdalena?-